“La fiesta es aquí”…* Por Nuria Jornet
La casualidad ha hecho que
acabe el curso “Feminisme i llibertat femenina” que hemos programado y
coordinado desde Duoda para Els Juliols-UB y la Universitat d’Estiu de les
Dones de Cornellà (8-12 julio 2013) y empiece el último libro de Diotima, La
festa è qui (resultado del Grande Seminario de Diotima, otoño de 2011). Una
casualidad que me lleva ya a titular esta crónica personal del curso y del
encuentro con esta frase: “La fiesta es aquí”.
Sé que la frase en sí,
y quizás más en el contexto que os describiré, tendrá sus reparos y, en la
crisis actual, puede dar a entender una pérdida de realidad. Creo que justo lo
contrario. Como Chiara Zamboni escribe en el prefacio de este libro: “lo que
caracteriza una fiesta es saber poner en común lo que sentimos como bueno y
gozoso, a pesar de lo mucho que falta (…), mostrando la dureza [sí] pero
indicando contemporáneamente el aparecer de otra cosa” (mi traducción).
O el sentido de las palabras de Diana Sartori, en uno de los textos, cuando piensa
que quizás la queja femenina de “no formar parte de la fiesta, estar excluidas
de la fiesta” puede ocultar el hecho de en “qué” fiesta, y nos invita a pensar
que la revolución del feminismo ha sido una gran fiesta durante la que ha
acaecido algo de inédito, “una ontofonía creativa capaz de interrumpir el
tiempo lineal” y que permite dar un salto (un salto sul posto) “que
balza di là dal patriarcato direttamente nel presente”. Y me quedo
(fascinada por el texto de Diana) con esta imagen del salto y en especial cuando
apunta: “a menudo nos damos cuenta de que hemos saltado cuando el salto está
hecho”. Y algo pasa con la libertad, con esa libertad femenina que acompañaba
el título de nuestro curso: siempre había estado, pero especialmente después
del “salto del feminismo” vemos con nueva luz cuánta libertad ya existía.
Porque la sensación,
tras el curso, fue que habíamos dado ciertamente un salto, percibiendo en ese
presente, en esa aula, hablando y pensando en presencia, que la libertad
femenina estaba ya ahí. Que lo que hicimos, con ese relato a varias voces del
“feminismo de la libertad” (nombre que aparece en el documental de La
politica del desiderio que me parece afortunado, en el sentido de acertado,
oportuno y a la vez feliz y venturoso =María Moliner) fue despertar, acompañar,
dar palabras a lo que ya llevábamos.
Quiero ante todo, en
primer lugar, contar mis sensaciones, para descubriros después palabras y
experiencias que vimos, entre todas a la luz de ese descubrimiento de la
libertad femenina. Mi extrañeza primera ante un auditorio nuevo para mí
–formado mayoritariamente por mujeres de mediana edad, sin formación
universitaria, procedentes del entorno social de la emigración de los años 60
en Cataluña-, un cierto desencuentro, leve y sin dureza, ante mi puesta en
escena (un tanto rígida en las formas, formas que quizás ellas percibieron ante
todo “muy” académicas). Para dejar, sin embargo, algunos puntos que percibí de
encuentro y aproximación: por ejemplo, la fascinación por esas Preciosas que inventaron
un lugar político, de mediación femenina, el Salón; transformando este lugar
central de la casa y desplazando la distinción entre lo público y lo privado
que había en su tiempo. Ya ahí, en ese “momento” de las Preciosas, percibí
también que mi aproximación en este caso a otro grupo presente, más
minoritario, el de las jóvenes universitarias de 18-20 años, iba también a
realizarse en la mediación, o mejor, en la necesaria para ellas incorporación
de los hombres.
La extrañeza, ajenidad
femenina, que yo nombré en algún momento de mi texto y que después retomaría
Caroline Wilson para marcar ese corte del llamado “feminismo de la segunda ola”
y la creación de grupos, de espacios de mujeres solas, tenía sentido en mi
público, pero especialmente en el de las mujeres más mayores, cuando ellas lo
llevaban a su experiencia propia: la del grupo, asociación de mujeres de la
ciudad, el grupo de teatro, y la fuerza que habían sacado de ese entre-mujeres.
Una de estas mujeres, relató
de una manera fuerte y bella, el salto, su salto. El entre-mujeres y en
especial la relación con otra mujer, también presente en el curso, le dio la
fuerza para hacer un desplazamiento, su desplazamiento. Primero, percibir que
su mente (fueron sus palabras elegidas, aunque yo también pondría su cuerpo, cuando,
en la relación de confianza con su médica, pudo controlar el número de hijos
que quería); su mente, decía, era suya: “mi mente se separaba de la de él” –su
marido. Y, a continuación, entablar una mediación amorosa y de intervención en
su realidad cruda y nada fácil (matrimonio joven, problemas de alcoholismo de
su marido, no independencia económica): marcar unas nuevas reglas del juego,
cuidar a su marido (con quien desplegó una capacidad de cuidado, amorosa, que
pasaba incluso por cuidar las palabras que lo etiquetaban desde fuera: “no era
un borracho, era alcohólico”, atención, como se encargó ella misma de
puntualizar).
En ese punto, la
intervención de la amiga puso en jaque muchas de las políticas (política
segunda) y (ahí estaba yo de nuevo, en parte, solo en parte, sí), algunas de
las intervenciones y discursos desde la academia. Su amiga no era una víctima,
y no quería entrar en ese discurso, un tanto ya estereotipado de la mujer que
sufre violencia y que será, en el marco de ese “discurso”, hecha objeto de, con
unas pautas y un hacer controlados por el estado, por el poder, victimizada.
No, su amiga, ya se había “independizado”, sí, pero quería mediar en su
realidad, con su hijos, con su marido, con sus gestos, con su mirada. No quería
etiquetas desde fuera como “hombre machista”, “mujer víctima”.
El relato se cerraba,
por parte de su protagonista, con todo un descubrimiento: “el feminismo ha sido
demostrarme quien soy yo”, dijo.
Fue en la clase de Pilar
Babi, maestra en el arte de dar entrada a la experiencia libre del ser mujer,
donde tuvimos el relato de otra mujer, más mayor, que había entrado de lleno en
esos protocolos de atención a las víctimas de la violencia. Protocolos que nos
mostraban la paradoja de que era ella la que en realidad era “la” controlada,
controlada por la policía en sus movimientos, en su ir y venir por la ciudad.
Una paradoja sí, pero que no ocultaba la experiencia de ser de esta mujer, su
experiencia de transformación interior que la hizo cortar con la dura realidad con
la que convivía más de 40 años. Mostrar su salto, dio pie también a que otra,
en circunstancias parecidas, se atreviera a decir que ella estaba en camino de
esa transformación. En realidad todas descubríamos la experiencia de vivir la
libertad de la otra, y esa experiencia nos hacía más grandes. En esa misma
sesión, otra mujer, trazó sin casi ser consciente de ello, su experiencia de
creación, con más de 20 años a cuestas, de una empresa, con su marido, a su
medida. En su relato (“llamé a las trabajadoras y les dije: ¿qué horarios
queréis? (…) “Mi marido me dejaba…y yo hacía”) descubrí algunas de las
invenciones de las nuevas empresa femeninas, del presente, y percibí ese entrar
entera, el ser mujer, en los contextos del trabajo.

Fue todo un proceso
compartido, que duró los cinco días del curso: descubrir y poner palabras a
esas experiencias, y darle un sentido político. Difícil y complejo a la hora de
saltar o ir más allá de algunos puntos que eran realmente fuertes en el
trayecto y en el currículum de estas mujeres: el sentido de clase, la queja o
el lamento (no encuentro las palabras adecuadas) por no haber podido estudiar
(y de ahí un sentimiento encontrado, contradictorio, por las mujeres que sí lo habían
hecho y mostrando, quizás en exceso, su ignorancia y su inferioridad no exenta
sin embargo de una cierta rebeldía e incluso orgullo por poder estar aquí, en
el aula). Y, en el contexto actual de crisis, el lamentar y revindicar la
pérdida de unos derechos -sanidad, educación trabajo…- (y de ahí una llamada,
un grito, a la política del poder, y a las mujeres políticas).
En mi manía de empezar
también los libros por el final, capté enseguida una frase potente dicha por
Federica Giardini, en el Grande Seminario: “(…) lo que se trata de hacer ahora es
consumar el luto de los privilegios tenidos en el patriarcado”. Quizás no afino
suficiente la traducción ni el sentido de sus palabras en su contexto, pero ahí
detrás hay también el gesto de aprovechar la crisis para dejar caer, crear algo
nuevo... Pero sin duda ahí també aparece el miedo, el no saber qué va ocurrir,
y seguramente el rechazo de una parte del grupo de mujeres, alumnas de este
curso, recriminándome mi posición “privilegiada”. ¿Dinero?, ¿trabajo más o
menos seguro? Sí, seguramente. Pero hay otras muchas cosas, negativas, que han
cambiado en mi lugar de trabajo, en la universidad, y que también son producto
de este final lacerante del capitalismo y del patriarcado.
Quiero poner ahora,
para finalizar, algunas de las imágenes y palabras que mis compañeras de curso
pusieron en el aula para acompañar y desvelar, como os decía al principio, lo
que ya existía.
Fue especialmente
bonito lo que Pilar Babi llamó (retomándolo a su vez de Carmen Yago) “el velo
de la miseria femenina”; quitar ese velo, descubriendo la trampa, la lupa que
lee la realidad desde los ojos patriarcales. Y descubrir lo que no está ocupado
por el patriarcado. La última sesión de Núria Beitia, con esas invenciones y
prácticas políticas contemporáneas (Madres de mayo, Città felice…) y mi primera
sesión, retomándolas del pasado (Hortensia, Christine de Piza, Sança de Nápoles,
Agnès de Peranda, Aldonça de Bellera), mostró algunos ejemplos, encarnó algunas
de estas fundaciones y espacios no ocupados o desvalorizados por el
patriarcado.
El trabajo con Remei
Arnaus nos llevó a una práctica de partir de sí, trayendo al aula lo que ha
llevado el feminismo de la libertad en la educación. Ese pensar y nombrar una
experiencia educativa, cada una en su pasado más o menos reciente,
satisfactoria y no satisfactoria, nos permitió dar palabras y nombrar las
mediaciones primeras, y poniendo en el centro lo que llevaban en un movimiento
de dentro a fuera.
Con Clara Jourdan fue
especialmente importante situar en el aula el “final del patriarcado”, nombrado
por las mujeres de la Librería de mujeres de Milán en 1995, y al final de su
intervención fue fecundo también poner la cuestión femenina junto a la cuestión
masculina, y el trabajo en las relaciones de diferencia. Tanto en su texto,
como en la proyección del documental después, fue central la necesidad de
nombrar, poner en palabras. Estábamos ya en el punto medio del curso, y creo
que ya percibíamos todas lo que Clara nos advertía al principio de su
intervención: poner la diferencia femenina a pensar (la diferencia sexual
pensante) y que el ser mujer tenga sentido y dé sentido a la realidad (os diré
que al día siguiente, intervendrían algunas de las mujeres que os he comentado ya).
Con Caroline Wilson fue
muy importante dar cuenta que de ese proyecto moderno, basado en la ley-estado,
en la ciencia (en esa fiesta, que diría Diana) habían sido excluidas las
mujeres. Y como algunas primeras mujeres, feministas, del siglo XVIII, como
Mary Wollstonecraft, y algunos nombres de la generación mujeres del XIX en
España, habían empezado a luchar por participar, entrar en ese proyecto,
construido a medida de los hombres. Aunque también fue importante descubrir, en
algunas de ellas, auténticos gérmenes de proyectos y de relación entre mujeres
poco estudiados o visibilizados (como el propio trabajo pedagógico de la Wollstonecraft
o los textos contra la guerra de Vera Brittain, que enlazaba con esas
mediaciones femeninas en el conflicto o el valor de la paz duradera en Christine
de Pizan que yo había presentado el primer día).
Hasta aquí esta
desordenada crónica de lo que fue y de mi experiencia.
* Dedico este texto a mis compañeras
de curso: Caroline Wilson, Clara Jourdan, Gloria Luis, Pilar Babi, Remei Arnaus
y Núria Beitia. Y el apoyo técnico y audiovisual de Amparo Chumacero. Para las
dos primeras, escribo en este castellano un poco apurado…